Hoy se cumplen 44 días de este viaje en familia. Un camino que recién está por la mitad y lleva recorridas nueve ciudades de España y Portugal, y más de un sueño cumplido. En la última semana visitamos al menos cinco playas increíbles del mediterráneo y sólo en dos días subimos a cuatro barcos, un par de bicicletas, un taxi, dos aviones y dos colectivos. Y la verdad, por más idílico que sea, resulta agotador. Ahora estamos haciendo una parada en Menorca, la más larga en lo que va del viaje. ¿Quién no ha querido tomarse vacaciones de las vacaciones?
Este es el primer viaje largo de Nina y el nuestro con ella. No estábamos preparados, no habíamos leído blogs ni tips de viajes en familia, y tampoco pedimos consejos. Simplemente nos sentimos confiados de hacerlo y de que resultaría una experiencia divertida y reveladora en muchos sentidos, independientemente de si luego sus recuerdos son nítidos o no. Lo cierto es que no nos equivocamos en eso: cada nuevo lugar que conocemos, cada casa que nos recibe y cada persona que al menos por unos días disfruta como nosotros de su ternura y su curiosidad, dejan huella y nos alientan a seguir.
Como buenos aventureros, siempre fue nuestra manera la improvisación y el “dejar que las cosas fluyan”, pero con Nina ya no nos arriesgamos a ir a un lugar sin saber dónde vamos a dormir o cómo vamos a trasladarnos hacia allá. Nos volvimos necesariamente exigentes con el alojamiento, su ubicación y las medidas de seguridad en las instalaciones; así podemos estar tranquilos de que ella no sentirá tanto el ajetreo y podrá hacer de cada lugar su hogar por el tiempo que estemos.
En cada casa que encontramos a través de Airbnb, Nina pudo disfrutar de distintas sorpresas: en Madrid conoció a Puñito, el conejo de nuestra anfitriona Jenny; una serpiente y un mono tallado en madera en una de las tantas plazas de Sevilla; y el recuerdo de Juli, Jose y Cele, anfitrionas argentinas en Barcelona, Ibiza y Valencia, de quienes siempre se acuerda.
Por supuesto que no todo es color de rosa. Se cansa cuando nos movemos muchos, pregunta por sus primos, por sus abuelos e incluso por los juegos y los amigos que dejamos a atrás. Nos dimos cuenta que nos venía pidiendo algo que le pertenezca: así fue como Elvis, su mascota de peluche, una pelota playera, su baldecito con palitas para la arena y algunos libros se sumaron a esta aventura… y en ese mismo momento se fueron algunos libros y prendas nuestras para hacer lugar en las maletas.
Sin Nina este viaje hubiera sido totalmente distinto. Gracias a ella visitamos y hacemos actividades que quizás nunca hubiéramos experimentado. Y claro, a otro ritmo, pues a veces nos toma media hora hacer una cuadra. Mientras observamos como su vocabulario se enriquece, aprende a relacionarse con personas de todos los colores y geografías, y afronta el cambio y el despojo de lo material de manera creativa. Viajar con niños es, en definitiva, un aprendizaje constante para toda la familia.
Descubre más sobre las aventuras de esta familia escuchando el siguiente podcast: