Suena inquietante la idea de romper algo, pero definitivamente todos conocemos el placer de romper la rutina. Por eso pateamos el tablero y decidimos ver cómo se acomodan las piezas otra vez… ¿Un salto al vacío? Aprendimos que la mejor forma de hacerlo es viajar. Con rumbo, dinero, planes o sin nada de esto. Nosotros nos decidimos por Europa porque ya estuvimos aquí antes y la promesa de volver se hizo esperar diez años, esta vez para mostrarle a Nina, nuestra hija de casi dos, esos lugares increíbles sobre los que cuentan nuestras historias.
Ahora bien, ¿cómo encarar esta aventura de tres meses en familia? Lo primero fue tomar el riesgo de comprar pasajes sin meditarlo demasiado, para qué mentir. Teníamos nuestro espacio para trabajar, la casa ya hecha nido, la disconformidad del curioso, la ansiedad de cada día y esa constante pulsión por recorrer el mundo en la que acaban siempre nuestros magros ahorros. Pero ya no somos dos, y queremos mostrarte que estos no es una complicación, los complicados más bien solemos ser nosotros y todas las excusas que encontramos, adentro y afuera.
¿Qué hacer con nuestra casa para que no sea una cuenta pendiente que debamos cubrir mes a mes estando fuera? ¿Cómo financiar la estadía durante el viaje? ¿Cómo lograr que Nina se sienta como en casa si no tendrá su espacio ni sus juguetes? Las respuestas estaban en nuestras narices mientras planeábamos la ruta: Airbnb nos permitió rentar nuestro apartamento además de encontrar la hospitalidad de anfitriones abiertos a recibir una familia en nuestros destinos.
Pausamos por un momento nuestros trabajos, vendimos el auto y recibimos con alegría regalos de la familia. Cargamos el combustible necesario para elevarnos; el amor de todos. Es increíble lo lejos que nos lleva la energía que nos llega de las personas que ven en este arrojo un acto de fe, eso lo vuelve aún más especial y despliega la magia del viaje. Nada nos gratifica tanto como pregonar esta libertad.
Hablamos con Nina de la partida antes de salir, ya que notamos que en algún momento se dio cuenta que las cosas estaban cambiando. Respetamos su tiempo y espacio y observamos con asombro que no solo lo asumió enseguida, sino que antes de partir ya sabía decir ‘mar’, ‘España’ y cantábamos sus canciones preferidas sobre pasear. Dejamos nuestra casa tal como nos gustaría ser recibidos y pusimos lo esencial en unas pequeñas maletas.
Ahora, mientras escribimos esto, del otro lado de la ventana se escucha el murmullo citadino de Barcelona. Estamos en casa de Julia, quien nos recibió con calidez, obsequios y su casa preparada para huéspedes pequeños. Nina duerme tranquila después de haber perseguido las palomas de todas las plazas que encontramos a nuestro paso. Tenemos la sospecha que, al final, son sus juguetes quienes la extrañan.