A medida que vamos recorriendo y explorando diferentes destinos, sumamos vivencias, aventuras y recuerdos de nuevos paisajes a nuestra bitácora de viaje. Cada experiencia compartida nos deja una huella en nuestro camino y nos da la oportunidad de relacionarnos con personas de diferentes nacionalidades. Luego de haber transitado más de la mitad de nuestro viaje, nos preguntamos: ¿Cuántas historias magníficas no hubieran nacido sin un anfitrión dispuesto a recibirnos?
La hospitalidad es un rasgo humano que se traduce en amor al extranjero. Entregar un poco de aquello que reservamos con recelo para los afectos cercanos, es estar en comunión sin profesar un credo o religión particular. Sin duda, creemos que este es el espíritu con el que Airbnb nació una década atrás; compartir el techo con personas de diferentes profesiones y ciudades, recibir consejos genuinos de anfitriones nativos o más aún, establecer relaciones estrechas con quienes nos abrieron las puertas de sus casas.
De todas las vivencias enriquecedoras que implica un viaje, siempre lo mejor es el contacto con las personas que encontramos en el camino y que, a diferencia de un lindo paisaje o un lugar histórico, con muchas de ellas seguiremos conectadas. En esta travesía de tres meses, que comenzó por Chile y continuó por Europa, ya nos hemos hospedado en más de una docena de casas. ¡Y hemos conocido a más de una docena de amables anfitriones! Todos dispuestos a ayudarnos, guiarnos, darnos recomendaciones y compartir anécdotas con nosotros.
Siempre sentimos la hospitalidad, como en el caso del país vecino, donde Carlos había dejado ya cuidadosamente encendida la calefacción para acoger nuestra llegada esa noche de invierno. En Madrid, Jenny se fue a trabajar temprano y no pudo despedirse en persona, pero sí nos sorprendió con un desayuno listo que nos dejó sobre la mesa de su cocina. En Sevilla, María nos recibió dispuesta a darnos todas las recomendaciones para sentirnos como locales durante nuestra estadía y en Granada, una cuna lista para Nina aguardaba su descanso en nuestro hospedaje a los pies de la imponente Alahambra. En Menorca, tras dos semanas compartidas, a la hora de partir nos dimos un abrazo interminable con Lore. Hermosos anfitriones nos tocaron en Sicilia, una familia que nos abrazó en su seno y nos llenó de mimos, nos pasearon por sus lugares preferidos, nos dieron a probar los dulces típicos y; por supuesto, comimos como mandan las costumbres italianas. Lo mejor fue descubrir que casi todo estaba hecho por sus manos, desde la siembra a la cocción. Esta vez, por suerte, también hubo varios niños para sumar al disfrute de Nina.
Cada uno de estos gestos fueron fundamentales para caminar la ruta que trazamos en nuestros sueños. Todos ellos son, además, la clara demostración de que la naturaleza humana está cargada de amor y empatía, de momentos compartidos y de la riqueza que un intercambio cultural nos deja. A todos los que nos acompañan en este viaje les hacemos llegar nuestro cariño y agradecimiento, porque si hay algo que un viajero necesita después de tanto andar es saberse bienvenido.
Descubre más sobre las aventuras de esta familia escuchando el siguiente podcast: