Rosalba del Valle, orgullosamente chinampera

Antes del amanecer, Rosalba apresura el paso rumbo a los canales y comienza a remar. Sobre un cayuco serpentea la oscuridad. Junto con los primeros rayos del sol las aves se abren paso entre la neblina. Tamales de quelite y café es lo que desayuna al desembarcar en las chinampas. Ella, como sus padres y abuelos, nació en Xochimilco. Todos han sido chinamperos y sus primeros recuerdos son atrapar insectos, buscar ajolotes, renacuajos y ranas. En los canales aprendió a nadar. Y ahí también heredó el conocimiento de sembrar hortalizas y flores de corte como cempazuchitl y nube para el día de muertos, y albatros y girasoles para el doce de diciembre. Rosalba le prometió a su padre que nunca vendería las chinampas que tanto esfuerzo le había costado comprar.
Chinampa es un término náhuatl que quiere decir “entramado de cañas, un entramado de ramas, varas y plantas acuáticas, y sobre eso, los xochimilcas iban depositando el lodo del fondo del canal. Xochimilco es el último vestigio vivo de lo que eran la vida y las técnicas tradicionales de cultivo precolombino en la cuenca del valle de México”, cuenta Rosalba.
En su familia, los roles de género siempre fueron muy marcados: los hombres a las chinampas y las mujeres a vender y cuidar del hogar. Rosalba siempre se sintió inconforme pues quería estar en la chinampa trabajando en vez de ejerciendo lo que le exigía la sociedad.
“Cuando comencé las experiencias de turismo fue cuando realmente pude desarrollar lo que yo quería: una nueva forma de vida más ligada a la naturaleza y a la siembra.” A través de su experiencia en Airbnb, Rosalba comparte el trabajo de los chinamperos, lo difícil que es producir y que los productos se vendan en los mercados locales.
Comenzó al lado de su hermano un proyecto que procuraba la conservación del ajolote. Era la única mujer. Más adelante, con picos y palas se puso a rehabilitar zanjas y a erradicar el muérdago. Ahí surgió la idea de hacer actividades de turismo, y de hacerlo en familia, como una cooperativa. Definieron qué las chinampas serían para producir y cuáles había que limpiar con fines turísticos, así crearon la experiencia Son de maíz. “Para nosotros el maíz es el cultivo más importante. Nos identifica como pueblo, es la base de nuestra alimentación”, cuenta ella. Son de Maíz también visibiliza y apoya el trabajo de otros colectivos y grupos, como los danzantes, el señor que ayuda a moler la masa o a los vendedores del mercado y vecinos de quienes compran insumos.
“Si tuviera que dar un mensaje a los otros emprendedores turísticos y anfitriones sería que rescanten la raíz de su experiencia.” Lo que comenzó como una actividad con escuelas y niños, gracias a Airbnb es hoy un esfuerzo que se ha podido visibilizar a gran escala y compartir con más generaciones.